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El celular de mi hijo todavía da tono: padre de normalista

Rafael López Catarino, padre de Julio César López Patolzin, uno de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa que desaparecieron hace exactamente cinco meses, afirmó que no se cansará de buscarlo, pues tiene la firme creencia de que sigue con vida.

“Sé que está vivo”, asegura, pues desde que supo de su desaparición lo primero que hizo fue llamarle a su celular, “aún da tono… aún hoy da tono”, afirmó durante la exposición de su relato ante alumnos de la Universidad Marista de Mérida en el marco de la Segunda Jornada de Promoción de los Derechos Humanos que organiza la institución.

Relató que él perdió a su padre muy pequeño, y por eso se disculpa, “lo mataron cuando era muy chico, y por eso no puedo expresarme bien”, les confesó a las 200 personas, en su mayoría jóvenes, reunidas en el salón de usos múltiples de la Universidad.

El padre de Julio César aseguró que su hijo le compró unos zapatos, los cuales utilizó en este tiempo para buscarlo y que se han roto por completo

Ante la ausencia de su padre, Rafael, que entonces estaba en segundo de primaria, tuvo que comenzar a trabajar. Sus manos ásperas, resquebrajadas dan cuenta de las décadas que han convivido con el campo, sembrando lechuga, calabacitas, rábanos.

Todo lo que sabe, todo lo que es, se lo debe a su madre, asegura, quien, también con sus infinidades de carencias, lo guio por el buen camino. Uno de sus hijos, Julio César, quiso cambiar la espiral de pobreza e ignorancia que durante generaciones ha regido la vida de esta saga de campesinos.

“Voy a estudiar”, me anunció un día, recuerda el padre. “Ya no quiero que trabajes tanto en el campo; te quiero ayudar”. Y así, relató,  Julio César se empeñó en cambiar el rumbo de la familia López Patolzin. Entre las primeras cosas que hizo, fue comprarle un par de zapatos a Rafael.

Esas suelas ya están gastadas; recorrieron kilómetros; sin embargo, sucumbieron al fin en una visita que su portador y otros 42 padres hicieron a Los Pinos.

“Ese día llovió»”, recuerda Rafael, “y los zapatos que me había regalado Julio César se rompieron completamente”. 

El 26 de septiembre del año pasado, “ya estábamos durmiendo, cuando un camioncito de la Normal pasó de casa en casa pidiendo que nos reuniéramos”.  Rápidamente, Rafael respondió a la convocatoria y fue. En la escuela les informaron que se había registrado una balacera en Iguala, y que no se sabía nada de los estudiantes.

“Nos pusimos de acuerdo y nos dirigimos a Iguala”, relata. “Sin embargo, no nos dejaron avanzar. Nos detuvo la policía, la federal, la estatal de caminos”. Y nadie, les decía a ciencia cierta qué había pasado.

En este primer peregrinaje, Rafael y sus acompañantes llegaron al cuartel del Ejército, donde “prácticamente nos sacaron; nos dijeron que no era una caseta de policía, que ellos no eran ministerios públicos”.

Al día siguiente, las noticias continuaban siendo confusas; sin embargo, en el transcurso les dijeron que había un camión en donde se encontraban algunos de los estudiantes.

“Corrí a recibir el camión”, narra. “Pero, la gente bajaba y no veía a mi hijo. Nada”. La voz que era firme, se quebró. Y después del “nada, nada” se escucha en el lugar, sólo el llanto de Rafael.

“Pensé que se había quedado dormido, y subí al camión. Tampoco estaba ahí”. Y desde entonces, no se ha cansado en buscarlo. “Sé que está vivo”, asegura. Y señala que entre las primeras cosas que hizo fue llamarle a su celular, “que aún da tono… aún hoy da tono”.

“Me pregunto si siente frío, si comió bien… Si lo están tratando bien”, comparte.

“Es mi hijo y lo quiero”. El padre recuerda cómo arropaba cuando Julio César era bebé; cómo incluso lo arrullaba al dormir.

El relato se cortó cuando Rafael le da las gracias a los jóvenes por la oportunidad de venir  a Mérida y contarles su historia, de mantener vivo el recuerdo. Específicamente, agradeció el boleto de avión por medio del cual, él y el alumno de la normal, Felipe de Jesús Rodríguez Estrada pudieron venir a Mérida para participar en la Segunda Jornada de Promoción y Protección de los Derechos Humanos.

El silencio en el auditorio tardó varios segundos, antes de que vinieran los aplausos.

fuente msn.com

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